KATOPODIS - DAVID ALVAREZ

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martes, 16 de octubre de 2018

Testigos del 17 de octubre - Nuestro Día de la Lealtad

Por David Alvarez                                                      Algunos testigos de la jornada histórica del 17 de octubre de 1945 la cuentan así: “Fue un Fuenteovejuna: nadie y todos lo hicieron. Se llenó la plaza, en una especie de fiesta, de columnas que recorrían la ciudad sin romper una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse «las patas» en las fuentes porque habían caminado quince, veinte o treinta kilómetros” [Arturo Jauretche] 

“A caballo unos, en bicicleta o camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada marchaba como un sonámbulo invulnerable.  “La Argentina de los campos vacíos, siempre iguales a sí mismos, estaba paralizada. Todo el país había concentrado la energía del trabajo cotidiano en una gigantesca huelga general. Los obreros de los frigoríficos, del petróleo, del caucho, los portuarios, de la construcción, habían cruzado sus brazos sobre el pecho. Los trenes, inmóviles como largos animales dormidos, exhibían en la protesta desoladora y terrible de su mudez, esa voluntad nacional de un pueblo más tensa que los poderes entumecedores de una historia construida con millones de seres aplastados y levantada sobre un siglo de infamia. «¡Libertad para Perón! ¡Perón sí, otro no! ¡Muerte a los traidores!», se leía en los vagones ferroviarios. Desde Córdoba, Tucumán, San Juan, Mendoza, Jujuy, los parias anuales de las cosechas, los criollos a precios módicos, descendían en marejadas sombrías a la ciudad puerto como símbolos eternos de un pueblo eterno” [Juan José Hernández Arregui]
“El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.
“Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado” [Raúl Scalabrini Ortiz]

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